Hernán MIGUEL es Licenciado en Física y Doctor en Filosofía. Es docente de la Universidad de la Ciudad, donde dicta Proyectos de Aprendizaje en Ciencias Naturales, Matemática y Tecnología I, II y III. Ha realizado contribuciones en publicaciones especializadas en Filosofía de la ciencia y enseñanza de las ciencias. Ha trabajado en la planificación curricular de la Ciudad de Buenos Aires y de la Provincia de Buenos Aires para la escuela secundaria en temas de física, química, filosofía de la ciencia, ciencia y tecnología en sociedad y otros espacios curriculares.
―Hola, Hernán. ¿Cómo estás? ¿Podrías contarnos brevemente tu perfil y recorrido académico?
―Me gradué como Licenciado en Física en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. Paralelamente, trabajé con Lazlo Biro, el inventor de la birome, en métodos de separación gaseosa con miras a lograr enriquecimiento de uranio. Fue una experiencia inolvidable que cambió mi mente para siempre. La preparación para la innovación es fundamental, y se puede entrenar la forma de pensar para poder imaginar lo que jamás viste.
Luego, junto con otros físicos y matemáticos le pedimos a Eduardo Flichman que nos armara un grupo de estudio en Filosofía de la Ciencia. Flichman era físico y filósofo. El grupo se fue ampliando con otros científicos comprometidos con la enseñanza y motivados por la reflexión sobre los fundamentos de sus disciplinas y la enseñanza en diversos niveles. Al cabo de varios años y luego de varias participaciones en congresos y publicaciones, obtuve el Doctorado en Filosofía en la Universidad de La Plata.
A lo largo de todos esos años y hasta hoy, me interesé por la filosofía de las ciencias, la enseñanza de las ciencias y de qué modo las prácticas y productos de las ciencias y las tecnológicas tienen que estar presentes en la formación de los ciudadanos para la toma de decisiones informada y la participación en el modelo de comunidad que desean forjar. Dirigí y participé de proyectos financiados por la UBA, la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, fui investigador invitado en proyectos del exterior. He dictado clases en escuelas secundarias, profesorados, cursos de capacitación docente y en universidades en grado y posgrado en la Argentina y en el exterior. Desde 2006, también he estado vinculado al diseño curricular en el Ministerio de Educación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y participado en el Ministerio de la Nación y de otras jurisdicciones.
―¿Qué te llevó a estudiar Física? ¿Recordás algún maestro/a que te haya despertado la curiosidad en las ciencias?
―Desde muy chico, tuve una inmensa pasión por conocer el cielo, como supongo que podría haberle sucedido a un humano de las cavernas que se asombra de los cambios, las regularidades y la inmensidad del cosmos. Me pasaba las noches mirando el cielo, esperando que ocurriera algo interesante. Luego, en la secundaria, tuve la extraña experiencia de tener a mi padre de profesor. Él había escrito muchos libros de física para la secundaria, era un docente muy conocido, y su pasión siempre estuvo presente en todos los rincones de mi casa en forma de experimentos, papeles, apuntes, libros… o simplemente materiales sueltos esperando ser usados para alguna nueva idea.
Mi madre era pintora y profesora de pintura. Se repartían de modo aleatorio los rincones de la casa en los que aparecían óleos, pinceles y bastidores con aquellos dedicados a experimentos. La creatividad irrestricta del arte y el desafío de lograr arreglos experimentales exitosos fue una combinación irresistible para estimular mi mente desde pequeño.
Como tesis final de mi licenciatura, elegí un tema de astrofísica. El epistemólogo Gregorio Klimovsky era decano de Exactas. Pasé por su oficina y pedí consultarlo. Yo quería saber qué significaba haber hecho una tesis en la que se ponía en jaque la clasificación de cierto tipo de estrellas porque sus características no obedecían a la tipificación habitual. Me invitó un café y luego a asistir a sus cursos de epistemología, que disfruté enormemente. Ese mismo año, conocí a Eduardo Flichman, y su apasionamiento por la filosofía de la ciencia y por la tarea de enseñar las ciencias fue mi nuevo motor inspirador. Eduardo resultó ser un excelente director, un maestro del cual aprender a cada momento y un amigo entrañable. Ya mi visión de la ciencia había cambiado para siempre.
La creatividad irrestricta del arte y el desafío de lograr arreglos experimentales exitosos fue una combinación irresistible para estimular mi mente desde pequeño.
―Vemos que has trabajado en distintos niveles educativos, ¿qué particularidades identificás en la enseñanza de las ciencias exactas, también llamadas «duras»?
―Las ciencias naturales nacieron de nuestra inquietud humana de poder comprender el entorno en el que nos movemos, los ciclos de la naturaleza, el fenómeno de la vida y esa inmensidad cósmica que siempre nos interpela con escalas que escapan a nuestras intuiciones. Una vez que tuvimos descripciones detalladas que permitieron prever la sucesión de las estaciones, el crecimiento de las plantas y los animales y el valor de ciertos materiales para construir herramientas, comenzamos a planificar el futuro de manera más precisa. Todo ese logro nos llevó a pensar que nuestras descripciones, por ser exitosas, eran un calco de la realidad. Y ese fue el comienzo de una dificultad importante para los tiempos que siguieron, porque era difícil pensar que las teorías podían ser falsas y a la vez ser exitosas hasta cierto punto.
Esta característica es difícil de instalar en la ciudadanía y en la enseñanza dentro del sistema escolar. El gran éxito que había tenido la física con la cosmovisión de Newton hizo que muchos científicos sintieran que la física era la disciplina paradigmática y debían copiar sus métodos. Esto generó mucha discusión y es una de las dificultades para entablar puentes entre las ciencias naturales, llamadas “duras” por tener modelos matemáticos muy sofisticados, y las ciencias sociales, cuya preocupación es la comprensión de las acciones humanas, cuya modelización matemática parece cuando menos, dedicarse a una parte poco importante y deja atrás el sentido de la acción.
Entonces, por un lado, las ciencias exactas (matemática, lógica, programación) y las naturales (física, química, biología, geología) han quedado en el imaginario de la gente como la ciencia capaz de garantizar algo. Y este punto es muy delicado. Las ciencias exactas y naturales son lo mejor que tenemos como descripción del entorno natural que nos permite comprender, explicar, predecir e intervenir, en suma, tomar decisiones en ese entorno. Por otra parte, nuestras teorías podrían mejorarse con el tiempo. Los griegos sostenían una visión de que todo el cosmos giraba en torno a la Tierra que estaba en reposo en el centro del universo, y eso fue cambiado por Copérnico pensando que era el Sol el que estaba en el centro del universo. Luego, Newton describió un universo infinito sin centro y finalmente Einstein un universo finito al que no se le puede encontrar el borde por ser curvo.
Sin embargo, desde siempre, hemos utilizado el conocimiento para tomar decisiones. Incluso cuando nuestras mejores teorías eran las de la Tierra en el centro. Que estemos advertidos de que las teorías pueden cambiar no quiere decir que hoy tengamos motivos para desestimarlas.
Dicho esto, vemos que hay dos extremos en los que no se debería caer al enseñar ciencias naturales: no debemos promover que la realidad es tal cual dicen nuestras mejores teorías y solo eso, y tampoco deberíamos pensar que cualquier descripción es igualmente exitosa en virtud de que todas son construcciones humanas para describir el entorno. Ni la teoría coincide con la realidad ni cualquier teoría se ajusta del mismo modo a los datos.
Las ciencias exactas tienen otras características más peculiares. Por un lado, son disciplinas que están siendo convocadas por el resto del conocimiento. La argumentación en todo campo, presupone algún uso de lógica, aún cuando sea un uso de sus falacias. La matemática provee modelos muy detallados para la dinámica de aquello que queremos representar. Al mismo tiempo, las entidades matemáticas (números, conjuntos, triángulos, rectas,…) pueden tratarse como entidades cuyas características son interesantes incluso si no fueran usadas por otras disciplinas. Todo esto nos lleva a tener presente que cada disciplina puede presentar diferentes aspectos a tener en cuenta para su enseñanza.
Me habría gustado mucho ser explorador geográfico. Creo que toda mi carrera ha sido la exploración, aunque no en el sentido tradicional, sino la exploración de los límites del conocimiento y su enseñanza. Y, por suerte, todavía quedan muchos mapas por dibujar…
―Teniendo en cuenta esto, ¿qué capacidades y habilidades creés que deben desarrollar los/as docentes hoy para desenvolverse en el aula? ¿Cómo pueden llegar a los/as estudiantes poco interesados en las ciencias?
―Excelente pregunta. Como las ciencias están alimentándose de novedades y descubrimientos todo el tiempo, la primera capacidad indispensable para quien quiera ser docente es la de poder estudiar casos nuevos, que no formaron parte de su formación inicial. Tenemos un ejemplo muy cercano en torno a las vacunas contra el virus SARS-CoV 2 (Covid). Comprendimos que la ciencia y la tecnología están en construcción y que, por momentos, no contamos con las herramientas tecnológicas o la comprensión suficiente del fenómeno para tomar decisiones sin margen de dudas. La ciudadanía tuvo que decidir acerca de cómo extremar los cuidados, qué vacuna elegir, si vacunar a los menores y a partir de qué edad, cuántas dosis, cuál es el mecanismo por el cual obtenemos protección, etcétera. Fue difícil para toda la población aceptar que la ciencia no tiene respuestas cerradas y certeras para todos estos aspectos.
Este ejemplo nos muestra a la vez la necesidad de aprender a lo largo de la vida docente y también la capacidad de seleccionar temas que puedan resultar de relevancia social para sus estudiantes. Cada docente tendrá que poder elegir cuáles son problemas relevantes para sus contextos escolares. Esto permite llevar al aula problemáticas complejas, reales y significativas para sus estudiantes.
Este ejercicio de que las clases puedan estructurarse en torno a problemas significativos prepara a sus estudiantes para el ejercicio ciudadano real en el que tomarán decisiones científica y tecnológicamente informadas, para elegir entre diferentes cursos de acción, apoyar determinados desarrollos en su comunidad y no otros, evitar escenarios con consecuencias no deseadas importantes y tender a una mejora en la calidad de vida de sus poblaciones.
Adicionalmente, es importante que cada docente pueda identificar cuáles son los temas en los que la ciencia todavía no tiene mucho para decir. Es decir, cuáles son las fronteras del conocimiento dentro de lo que puede advertirse en cada época para poder llevar al aula el estímulo adecuado para activar las posibles vocaciones científicas. Nadie elige seguir una carrera científica para calcular algo que ya fue calculado. En cambio, aquello que todavía no está resuelto es un estímulo genuino para imaginar una profesión dedicada a esos desafíos.
Con estas tres capacidades, cada docente podría llegar a tener mejor respuesta por parte de sus estudiantes. Imaginemos lo contrario. Sin estas tres capacidades, es bastante comprensible que los grupos escolares no se vean entusiasmados, ni interpelados, ni estimulados para involucrarse en las clases de ciencias naturales o matemática.
Es importante que cada docente pueda identificar cuáles son los temas en los que la ciencia todavía no tiene mucho para decir. Nadie elige seguir una carrera científica para calcular algo que ya fue calculado. En cambio, aquello que todavía no está resuelto es un estímulo genuino para imaginar una profesión dedicada a esos desafíos.
―¿Qué rol le asignás a la divulgación de la ciencia en el despertar de las vocaciones científicas?
―La divulgación científica es muy importante en los dos niveles que hemos venido analizando: que cada estudiante sienta la inquietud sobre los temas que todavía no se han resuelto satisfactoriamente, y que entienda la importancia de la toma de decisiones ciudadana en torno a problemas para los que el conocimiento científico es crucial.
Hay muchas maneras en las que se puede llevar adelante esta tarea de divulgación. Muchas veces vemos episodios de la historia de la ciencia como un modo de situarnos en la época de cierto descubrimiento que cambió el rumbo de los acontecimientos. Por ejemplo, el descubrimiento de los microbios o de las primeras vacunas. Son casos que nos muestran el contexto en el que pudo mejorar el conocimiento que teníamos del entorno.
Otros modos de hacer divulgación echan un vistazo a las investigaciones actuales para resolver problemas que todavía no tienen solución. También hay piezas de divulgación que usan como recurso la anticipación científica. Nos plantean futuros posibles y desarrollos que están en curso, pero que todavía no han sido cristalizados.
Hay muchos modos de convocar vocaciones. Podríamos incluso estimular a nuestros grupos de estudiantes a escribir piezas de literatura que abordaran una trama asociada a descubrimientos. Creo que todo ejercicio creativo estimula vocaciones científicas. Esto ha sido señalado muchas veces, pero todavía queda lugar para seguir sugiriéndolo.
Creo que todo ejercicio creativo estimula vocaciones científicas. Esto ha sido señalado muchas veces, pero todavía queda lugar para seguir sugiriéndolo.
―¿Cómo podría la escuela de hoy empujar este despertar?
―Un punto crucial es brindar espacios de elección para los temas que pueden interesarle al estudiante. Esto también tiene una larga tradición en las llamadas escuelas de la libertad, surgida tempranamente en el siglo XX. Me gusta citar la experiencia de Summerhill que me entusiasmó enormemente desde que comencé a dar clases en profesorados y me llevó a proponer prácticas específicas de ocio creativo en la formación docente inicial.
Siempre hubo una tensión entre los saberes que todos deben construir o adquirir en la escuela y aquellos que son de interés personal de cada estudiante. Esa tensión puede resolverse de muchas maneras, pero existe el riesgo de resolverla de manera extrema de modo que se caricaturiza el problema según de qué lado se quiera criticar la propuesta. Por un lado, alguien puede exagerar y señalar que, si todos los estudiantes tienen que saber lo mismo, la escuela termina siendo una aplanadora de individuos para formatearlos como una fábrica en serie. Por otra parte, la caricatura contraria diría que cada estudiante hace lo que quiere durante el horario escolar y puede terminar sin saber nada.
Obviamente, nadie suscribiría ninguno de estos escenarios extremos. Sin embargo, puestos a escoger, prefiero que el conocimiento abordado tenga una alta cuota de interés individual por parte de cada estudiante. El aprendizaje significativo contempla como una de las características centrales el interés de quien aprende. Es muy difícil el aprendizaje profundo de cosas que no nos interesan.
Por otra parte, debemos tomar muy en serio llevar al aula estrategias que permitan a cada estudiante el desarrollo de capacidades, más allá de con qué contenidos conceptuales egrese de la escuela. Tenemos que estar advertidos de que los contenidos conceptuales quedan muy asociados a los contextos escolares; las capacidades nos acompañarán durante toda la vida.
En resumen, la motivación a través de problemas de nuestra preocupación puede ser la puerta de entrada a nuestro interés genuino en los saberes de ciencias que son convocados para las diferentes soluciones. Y quizás esa sea una estrategia muy fácil de implementar sin tener que paralizarnos en una polaridad sin fin entre saberes comunes y saberes elegidos individualmente.
―De haber elegido otro recorrido académico/profesional ¿a qué pensás que te hubieras dedicado?
―Bueno, siempre es lindo el ejercicio contrafáctico, a veces para pensar que todavía podemos inaugurar otra veta vocacional y a veces para ver en perspectiva aquello que efectivamente hicimos en el marco de todos los recorridos posibles.
Como te contaba al principio, creí que iba a ser astrónomo, luego astrofísico, quizás astronauta. Tuve varios años trabajando como técnico petrolero y me gustaba mucho, pero también sucumbí a otros intereses. Al haber trabajado con Biro, tuve en mi mente un futuro como inventor. Lo llevé adelante durante un tiempo con mucho placer, aunque no siguió siendo mi recorrido.
Me habría gustado mucho ser explorador geográfico. Creo que toda mi carrera ha sido la exploración, aunque no en el sentido tradicional, sino la exploración de los límites del conocimiento y su enseñanza. Y, por suerte, todavía quedan muchos mapas por dibujar…
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